A estas alturas todos conocemos lo que pasó entre Hugo Chávez y el rey de España en la reciente cumbre iberoamericana celebrada en Chile. De nuevo, como casi siempre voy a hacer en Descartando a Descartes, vamos a hablar de emociones, en este caso de la emoción de ira, porque detrás de la famosa frase, "¿porqué no te callas?", hay un claro ataque de ira intenso, casi rozando la cólera, que sacó al rey de los límites del protocolo y la camaradería, incluso de los propios límites de ser rey por la pura gracia divina.
Normalmente, ante actos que creemos injustos, podemos reaccionar con ira incluso si esos actos no van dirigidos hacia nosotros. Desde el punto de vista del enjuiciamiento social, la ira es una emoción que podemos odiar o admirar. Todo depende del estatus social de la persona que manifiesta la ira dentro del grupo. Cuanto más bajo es ese estatus más censurables y odiadas son sus manifestaciones de ira. En el caso del incidente entre Chávez y el rey Juan Carlos, está claro que el estatus del rey no es precisamente el más bajo de la escala ni el de Chávez el más alto, aún siendo presidente del gobierno de Venezuela.
En las tertulias de radio o televisión, escuchábamos a famosos e incluso a periodistas profesionales y aparentemente tranquilos, que montaban en cólera defendiendo la cólera del rey, justificándola, argumentándola y defendiéndola de la actitud de Hugo Chávez al que, sin embargo, no consentían que hubiera interrumpido a Rodríguez Zapatero. La ira de Venezuela contra Aznar la juzgaban como un pecado capital de alguien que es demasiado "individualista" en una sociedad "colectivista" como la que él dice promulgar.
No considero a Chávez un alarde de templanza y cordialidad, como ha demostrado en declaraciones posteriores, pero me sorprende y me produce cierta verguenza la actitud de mucha gente respecto al rey. Por si no fueran pocos sus privilegios desde que vino al mundo, le sumamos el privilegio divino de la ira aunque, claro, en un país en el que no podemos criticar abiertamente a la monarquía y, sobre todo, debemos tener mucho cuidadito con los dibujos y caricaturas que hagamos de ellos (casi tanto como aquellos dibujos de Mahoma), este tipo de fenómenos no debería extrañarnos. O sí.